Apariciones sin veredicto final

La realidad de una aparición de la Virgen María no es una cuestión que concierna al dogma de la fe.

Todo el mundo sabe que la Madre de Dios puede aparecer y ayudar a sus hijos: la cuestión que se plantea en la práctica es, por tanto, determinar si podemos pensar seriamente que ella apareció realmente en tal o cual lugar donde algunos dicen ser testigos de fenómenos extraordinarios.

En todo caso, el juicio que la Iglesia hace en esta materia no se refiere a la fe divina y revelada, sino a un juicio pastoral, por el bien de los fieles, con distintos grados de certeza.

La Iglesia no reclama infalibilidad en estas áreas, incluso cuando está fuertemente comprometida, después de juzgar que las bases de la credibilidad son muy sólidas, todos quedan libres de creer o no creer en conciencia en la realidad de las apariciones.

Entre los santuarios explícitamente reconocidos y los lugares firmemente condenados por las autoridades eclesiásticas –por parecer excéntricos o francamente falsos y contrarios al Evangelio o a la sana doctrina– todavía hay muchos que tienen un estatus menos claro.

Es el caso de ciertos santuarios antiguos en los que de hecho se acepta y se vive la devoción popular, sin que la Iglesia haya tenido a bien pronunciarse oficialmente.

Y es especialmente el caso de muchos santuarios recientes que atraen multitudes y producen frutos que solo podrán ser juzgados con el tiempo.

La actitud correcta no siempre es fácil de encontrar porque María es una Madre que llama y todas sus auténticas apariciones comenzaron como lugares no reconocidos, pero al mismo tiempo debemos evitar toda credulidad o una búsqueda de lo sensacional que no corresponde a lo que Jesús espera de nosotros.

En estos asuntos como en otros, si uno se ha sentido atraído por tal o cual hecho que nos parece hermoso y fuerte, es recomendable recurrir a los santos sacerdotes que sepan más que nosotros.

La humildad y la obediencia también son muy importantes para no perderse, en estas cuestiones que nos escapan... ¡y en verdad para imitar al humilde siervo del Señor!